Yo soy Eisejuaz, Éste También, el comprado por el Señor, el del camino largo. Cuando he viajado en ómnibus a la ciudad de Orán he mirado y he dicho: «Aquí descansamos, aquí paramos». Allí mi padre, ese hombre bueno, allí mi madre, esa mujer animosa con el hijo de encargue, allí tantos kilómetros saliendo del Pilcomayo a pies hicimos por la palabra del misionero. Allí mis dos hermanos. Allí yo, Eisejuaz, Éste También, el más fuerte de todos. Veo y digo: «Aquí se descansamos, aquí paramos». Los lugares no tenían nombre en aquel tiempo.
He visto esos lugares desde el ómnibus una vez, cuando fui a la ciudad de Orán a pedir el primer consejo, en aquel tiempo en que tuve los sueños. Pero llegó un día en que no fui a ninguna parte: ni a Orán, ni a Tartagal, ni a Salta, ni tampoco trabajé más en el aserradero. Hice la casa de paja colorada pasando las vías del tren, y esperé el momento que el Señor me anunció. Esperé al que me iban a mandar.
Paqui, en su rincón:
— ¿Para qué me trajiste aquí, che, decime?
El fuego no había secado las ropas; le pasé un diario bajo del cuerpo y otro por encima. «¿No he visto a este hombre en alguna piarte?»
— ¿Qué podes mover? Las manos, las patas, decí: qué.
Se puso a gritan
— No voy a vivir aquí, no voy a vivir aquí. Aquí no.
Le di la sopa y moví las ropas en el sol. Gritó:
— Salvaje. No sabés quién soy.
Colgué las ropas en el viento y me fui al pueblo.
En la puerta del hotel, doña Eulalia. Ingrato, me dijo. Yo la saludé.
— Ayer cumpliste años. ¿Te acordaste?
Yo no me había acordado.
—Quince cumplías el día que te tomé en el hotel. Treinta y cinco has cumplido ayer. El tiempo pasa.
— No se cumplimos años los que nacemos en el monte, señora.
Dijo:
— No hay que ser agreste, hijo, hay que agradecer.
Supe en esa hora que sí era Paqui aquel que me mandaba el Señor, aquel que había esperado, y que podía tratarlo como mío. Dije:
— En ese tiempo empezaba el segundo tramo de mi camino, señora.
Hoy empezó el último.
Doña Eulalia me llamó incorregible.
— Siempre estás alto como la puerta, ancho como un caballo, pobre Lisandro. El tiempo pasa. Ya me ves viejita y pesada. Pero San José castísimo no abandona a sus corderos.
Yo le dije hasta luego señora. Doña Eulalia: si trabajaba de nuevo en el aserradero, si era motorista otra vez, si hacía otro trabajo. «No, ya no.» «Es feo ser haragán, Lisandro. Has sido buen trabajador.» Pero yo seguí mi camino, y cuando estuve solo dije al Señor: «Era el que me mandabas; aquel que me anunciaste. Bueno. Cumpliré. Bueno».
Caminé hacia el río por dentro del monte para no encontrar gente ni camiones, y levanté los brazos. Y saludé al río porque es hermano del Pilcomayo, y la tristeza me echó al suelo. Dije al Señor: «¿De dónde lo sacaste así, tan malo?» Por Paqui lo decía. «¿Cómo lo pensaste así? ¿No pudo ser de otro modo? ¿Por qué pensaste tu promesa de esta forma?»
Lloré: «¿No podía ser de otro modo?»
Me golpeé la frente y grité:
— ¿No podía ser de otro modo?
El Señor brilló sobre el río pero no me habló, movió el monte pero no me habló.
—Aquí está Eisejuaz, Éste También, tu servidor, ¿y no le hablás? Ya empezó el último tramo de su camino, ¿y no le hablás? Pero Eisejuaz, Éste También, fue comprado por tu mano. Y en el hotel, lavando las copas, oyó tu palabra.
Así lloré. El Señor movió el monte, y me sonrió.
Y me volví al pueblo sin secarme las lágrimas.
Los camiones pasaban para Salta llevando tablas. «¿Dónde dejaste la bicicleta, Vega?» Y levanté el brazo para decir adiós. «Empezó el tramo final», quería decir. Caminaba, y el barro me puso blancas las zapatillas.
Assim como Echeverría, Sarmiento e Mansilla haviam “ouvido a voz do povo” (Ramos 1989: 27), o romance de Gallardo, Eisejuaz, adota o ponto de vista daquele com quem não se pode fazer um pacto, um Mataco, para registrar as histórias da cidade a partir dessa primeira pessoa, completamente “outra” em relação ao leitor potencial, ouvir a voz da civilização e gerando assim um estranhamento e distanciamento da própria cultura, análogo ao produzido nos textos desses "pais fundadores" pela incorporação da tradição oral na representação das vozes de gaúchos, índios e negros. E essa tensão entre duas vozes sociais, a do índio e a do branco, acontece num espaço praticado e vivido, um teatro de ações, trocas e encontros; um espaço, em suma, eminentemente híbrido. Carolina Grenoville In: Grenoville, Carolina. Eisejuaz (1971) de Sara Galardo: una mirada otra al espacio del blanco. Buenos Aires: UBA. Filología XLII (2010) p. 97-112 |
Sara Gallardo Drago Mitre foi uma escritora e jornalista argentina. Autora de seis romances e um livro de contos, além de artigos jornalísticos e contos infantis, sua obra, embora reconhecida, foi relegada ao ostracismo na época por não pertencer ao cânone literário vigente, até que, na década de 2000, foi republicada e traduzida para vários idiomas. (Wikipedia)